La doctrina de la perseverancia no se
basa en nuestra capacidad para perseverar, ni siquiera si somos regenerados,
sino que se apoya en la promesa que Dios ha hecho de preservarnos. Pablo escribiendo a los Filipenses, dice: “Estando persuadido de esto, que el comenzó
en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”
(Filipenses 1:6). Es por gracia y solo
por gracia que los cristianos perseveran. Dios acabará la obra que comenzó. Se
asegurará que sus propósitos en la elección no se vean frustrados.
La cadena de salvación de Romanos 8 nos
da un testimonio adicional sobre esta esperanza: “Y a los que predestino, a estos también llamo, y a los que llamó, a
estos también justificó y a los que justifico, a estos también glorificó”
(Romanos 8:30). Y luego continua para
declarar que: “ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que
es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39). Tenemos esta seguridad porque la salvación es
del Señor y somos hechura suya. El da el Espíritu Santo a todos los creyentes
como una promesa que ha de completar lo que comenzó. Nos ha marcado con una
marca indeleble y nos ha dado su persona como primer depósito, lo que garantiza
que cumplirá con la transacción.
La base principal de esta confianza la
encontramos en la obra de Cristo como Sumo Sacerdote, que intercede por
nosotros. De la misma forma en la que el Señor oro por la restauración de Pedro
(pero no por la de Judas) así ora por nuestra restauración cuando tropezamos y
caemos.
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